Qué placer imaginar el hundimiento. Ver hundirse las principales instituciones del mundo, instituciones que tantos padres hacen respetar a tantos hijos, a la fuerza, sin escudriñar, por cumplir. Hundido el Museo Británico, hundido el estado, hundido el Vaticano, hundido el senado, hundidos los congresos, las escuelas y las universidades. Hundidos los presidentes de América Latina y su deseo de grandeza y poder. Hundidos todos.