#6
Qué placer imaginar el hundimiento. Ver hundirse los principales museos del mundo, museos que tantos padres hacen recorrer a tantos hijos, a la fuerza, sin mirar, por cumplir el itinerario, sin detenerse en la pieza secundaria –un cuadro menor, un ala rota, el acanto de la columna aislada– que atrae al pequeño forzado. Hundido el Museo Británico, hundido el Louvre, hundido el Vaticano, hundido el Hermitage, hundidos los museos de Historia Natural y los Kunsthalle de Fráncfort, Zúrich, Berna, Viena, Berlín, Colonia. Hundidos los museos de oro de América Latina y los proliferantes museos de Oriente. Hundidos todos. Cada visita una inmersión para que salga a flote el cuadro menor, el ala rota, el acanto de la columna aislada.
Comentario 1
Escribía Ribeyro: "¿No fue Eróstrato el que incendió la biblioteca de Alejandría? Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la lectura sería la destrucción de todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero."
Y lo que pueda devolvernos el hambre por el arte pueda ser aquello que se plantea de manera franca.
Quizá ese anodino acanto sea el poderoso haiku desde el cual fundar la nueva civilización.
Autor: Diego Maenza
Email: diegomaenzav@hotmail.com
Comentario 2
Nunca podré decir que fue una huida. Fue un encuentro. Fue encontrarme. Encontrar esa otra parte de mí que reclamaba mi presencia completa. Frecuenté vastos libros, obras alabadas y de renombre. Museos cuasi insondables. Teatros de universales temas. Pero no me hallaba satisfecho. No me hallaba en mí. Requería otra fórmula. Otra estrategia. Navegar por los mares del mundo. Conocer peces, aves, lugares. Lo deseché todo, como quien arroja un artefacto descartable. Esa fue la razón del encuentro. Entonces esa imaginación (que como es sabido no es otra cosa sino la pretensión de otra vida, la insatisfacción de aquélla) se transmuta con enunciar las palabras casi mágicas, con tomar la resolución, con empujarse al mundo y desplegando las velas dejarse llevar por él. Fue cuando mi espíritu afloró. Denostó el cuerpo y la fugacidad de sus motivaciones.
Empecé a conocerme un poco. A reclamar las zonas descocidas del mundo que no por ser menos exploradas son menos grandes. Traté, y creo que con éxito, de descartar el legado cultural que me absorbió de joven. Rompí, dentro y fuera de mí, con los cánones. He sido el rebelde de la vida. Y cuando se desecha toda la cultura oficial, las inmensas catedrales del conocimiento, se descubren resplandecientes, en medio de esas ruinas, pequeños objetos de inconmensurable valía. Descubrí tantas obras, tantos nombres. Pero lo más valioso es que descubrí una nueva forma de vivir.
Autor: Caytran Dölphin
Email: caytrandolphin@hotmail.com
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