#2
Cuando alguien cuenta su propia historia ya es otro, y aquel que la cuenta sabe que el otro ha muerto, que quisiera recuperarlo o quisiera olvidarlo, o bien que quien la cuenta es el muerto, y el otro, el vivo pero perdido y pasado, está tratando de devolverlo a la vida a través de un conjuro. Entonces no importa quién habla, quién ha muerto, quién vive y quién escucha. Lo importante es que el conjuro sea pronunciado con las palabras correctas, y que la fuerza que se invoque esté bien conjurada. Con voz firme, abierta, segura de lo que va a desatar.
Comentario 1
"No tengo esa voz firme. No sé el conjuro, ni el ritual, ni la forma. Como en el cuento jasídico que me contó Filippo, animado por la grapa después de un almuerzo apabullante en el Rigoni, su refugio gastronómico en Frascati. Me conmueve el entusiasmo por la cultura hebrea que vuelcan hacia mí por mis orígenes. Si supieran de mi escepticismo. Lo único que sí perciben es mi curiosidad dispuesta. Decía que Filippo me contó un famoso relato jasídico: el maestro Rabbi Yisra'el, cuando ya no supo a qué bosque iba su maestro Bàál-shem, ni dónde estaba el lugar sagrado al que se dirigía para solucionar sus problemas, ni cómo se hacía el fuego ni la oración que recitaba, sólo entonces, cuando se había perdido todo, el maestro Rabbi Yisra'el se quedaba sentado en una silla de oro y contaba la historia del lugar sagrado, del fuego y la oración perdidos. Así, contando la historia desde la silla de oro, encontraba la solución a sus problemas.
Yo ni siquiera tengo una silla. Mi voz es minúscula, casi invisible, ténue como línea de flotación, una voz que, aunque no conjura, da la medida y es el eje del mundo. Hay un mundo de arriba y un mundo de abajo. Un mundo desde el que se mira y otro mundo sumergido. Eso sería lo sencillo, el esquema fácil para dar la noticia. Lo cierto es que en el medio hay una escala de niveles sobre los cuales me iré deteniendo, subiendo y bajando alternativamente, como las mareas"
Iván Romano, en El libro flotante de Caytran Dölphin, capítulo inicial
Comentario 2
Pienso en Iván, pobre de él, el peso que, según dicen, ha debido soportar por mi hermano y por mí. Lo compadezco también por su afán de interpretación, colosal tarea la de manejar conceptos intentando adecuarlos a una realidad forzada. Ha debido recurrir, sin duda, a la transfiguración. Trastocando mis palabras. Ufanándose de ellas como un empecinado criptólogo no siendo más que un triste prestidigitador. Pero no le guardo rencor. Tampoco aprecio. Ha tantos años ya que no tenía noticias de él que sus mensajes (en conferencias y entrevistas) me suenan como lejanos ecos sin sentido.
Inútil la tarea de corregir aquí y ahora las grandes erratas que voluntariamente Iván ha introducido en mi obra. El sentimiento que manifiesto hacia ésta es igual que el que profeso por Iván. No le guardo rencor, pero tampoco aprecio.
Mi vida ha cambiado tanto desde aquellos años en que fue concebido Estuario. Me he vuelto menos hermético de lo que antes era y este cambio no ha sido gratuito. Adquirí y padezco la terrible enfermedad filosófica del escepticismo. Mi pesimismo, sin embargo, sigue intocado.
Autor: Caytran Dölphin
Email: caytrandolphin@hotmail.com
Comentario 3
El talento hace lo que debe El genio lo que debe
Autor: karina
Email: karina_810@live.com.mx
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