Pero los caminos se tuercen, se enderezan a voluntad, conducen al caminante a donde no quiere ir, y contra su voluntad lo llevan a Itaca, donde se quedará, tranquilo por un tiempo, con el corazón nervioso y oculto, hasta que recuerde que un día comenzó a viajar, y que debe volver, que le esperan, sentadas, las mujeres de su casa.